viernes, 28 de junio de 2013

La soberanía del pueblo ¿en las calles?

por Roberto Bertossi


Las manifestaciones populares callejeras del pueblo francés (1968), los europeos indignados, la “primavera árabe”, el movimiento estudiantil chileno y, por estos días, las del pueblo brasilero, fueron logrando invariablemente el reconocimiento de su legitimidad por parte de las máximas autoridades respectivas y/o de la comunidad internacional.

Asimismo, dichas manifestaciones vienen derogando en los hechos eso de que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes…”, una representatividad que tenía pleno sentido y razonabilidad en épocas de transportes y comunicaciones prácticamente inexistentes o lentísimas (basta recordar lo que demoraba un viaje entre la capital y el interior o una comunicación desde el interior a la capital o entre interiores del interior).

Hoy ya resultan determinantes las redes sociales conforme lo acreditan la conectividad, intensidad y magnitud de semejantes manifestaciones y reivindicaciones populares (impensables en 1853 e ignoradas o desdeñadas en 1994), sin perjuicio de la hipermodernidad de los transportes o las comunicaciones universalmente instantáneas en el mundo actual.

Ante la ineficiencia por fragilidad, debilidad, corrupción o traición de tantos intermediarios representativos conocidos a la fecha, se deberían diseñar nuevos esquemas democráticos que restablezcan y restauren la soberanía popular propia de una ciudadanía que, defraudada pero aglutinada digital e innovativamente de modo sorprendente, camina, resiste y reclama en las calles por sus legítimos derechos, garantías y libertades; hoy expuestos e insatisfechos injustamente.

Estas movilizaciones, como vimos, no solo pueden fijar límites y lograr conquistas sociales sino, satisfacer las mejores y más justas expectativas ciudadanas que obviamente no se reducen ni centrifugan en la reducción de unos pocos centavos Vg., en la tarifa de un transporte bajo regulación y control estatal brasileño.

En efecto, se trata de multitudes con gestos pacíficos cohesionados ante riesgos ciertos a la libertad, a la justicia, al desarrollo humano y a la paz; movilizaciones que han congregado y amalgamado ideologías/asimetrías, que han activado sus conciencias ante tanto despilfarro de oportunidades y crecimientos; ante la desgracia de tantos pueblos empobrecidos, de tantos ciudadanos marginados, defraudados e insatisfechos, de tantos desocupados, de tanto malestar social por demasiado maltrato institucional.

Concomitantemente, deslegitimar a los clásicos y tradicionales representantes del pueblo como Vg., todos esos partidos políticos sin internas con reelecciones ilimitadas, administradores arbitrarios y discrecionales de todo cargo, puesto y distinción; diputados y senadores con sus aparatos electorales (hartantemente instrumentados para fueros, privilegios y espacios donde circulan demasiado dinero e influencias) como a sus equipos técnicos de su confianza pero con dudosa idoneidad, que han ido cooptando y desvirtuando así todo espíritu institucional de pretendidos esquemas y elencos partidarios en cuanto ajenos de auténticas prácticas democráticas no obstante constituir los supuestos administradores de la oferta electoral de cada mandato entre los que debía elegir la ciudadanía conforme la Constitución.

Parece haber llegado la hora de recrear culturas políticas digitales, que reanimen y faciliten una participación ciudadana directa, personal, libre, espontanea, autónoma y responsable ante el hartazgo de voces, palabras y figuras que respiran inadvertidamente su fractura esencial, su origen sospechado y el ocaso de “su reinado”, en tal caso, un reino ciertamente estéril, caótico y anárquico, ajeno o traidor a todo ideario propio, a todo control, a toda conducta, a toda ética, a todo compromiso, responsabilidad y paciencia social.

Pre-conclusivamente, sólo cuando la presencia callejera del pueblo hace valer el poder de su exclusiva y excluyente soberanía, las instituciones renacen, se renuevan, regenerándose política, ética y salutíferamente en tanto la sociedad civil recobra más fuerza y dignidad para lograr sorprendentes territorios de paz o prevalecer en otros de confrontación o de lucha político-democrática.

Finalmente, estas movilizaciones populares no son antidemocráticas sino apenas un despertar de sociedades civiles democráticas avasalladas por ausencia de ética política y sobreabundancia de corrupción; sociedades civiles en las que a su capital ciudadano, ahora le basta la llamita de un “fosforito digital” para exhibir gallardamente su dignidad, su grandeza como su comprobada contundencia de su soberanía popular que resuelve valerse directamente cuando sus representantes y autoridades creadas por la Constitución les han defraudado y abandonado a su propia suerte y verdad.

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